Entre el ombligo humano y el capitalismo
La crisis ambiental que enfrentamos como especie a nivel planetario es una incómoda realidad que todavía cuesta reconocer, ya que somos los principales responsables a partir de nuestra presencia en la tierra que se multiplicó con una verdad incómoda: nuestras acciones impactan en los ecosistemas naturales.
Por eso, el Antropoceno designa un período de connotaciones geológicas que sitúa un camino excepcional en la historia del planeta con la incidencia de los humanos a una escala sin precedentes. Pero no sólo se trata de la expansión de la especie humana, sino de sus modos de habitar, de producir, de consumir, de pensar y de expresar esa situación.
La denominación Capitaloceno, engloba un modelo de vida que, sobre todo a finales del siglo XX, se globalizó configurando un escenario unificado: la Mundificación. Un proceso acelerado de transformación de lo viviente en objetos manipulables bajo lógicas capitalistas y modernas.
Esa fuerza celebrada por las naciones y las clases poderosas ha producido consecuencias desastrosas: la pérdida de biodiversidad, la crisis ecológica, la alienación humana y las injusticias socioambientales.
La reificación de la vida implica convertirla en algo estático, medible y controlable, una mercancía transable a nivel internacional, un commodity, un reduccionismo de la complejidad y su valor universal.
«Todo muy lindo, pero ¿alcanza con compensar? ¿Se puede escribir con tinta ecológica sobre un territorio degradado? ¿Puede concientizar sobre el desastre ambiental un gobierno que se ata al progreso económico como único destino atendible en sus políticas?»
Ahora, ¿qué tiene que ver todo esto con un Festival masivo de música como el Cosquín Rock?
En poco tiempo, algunos festivales e instituciones culturales han introducido en su vocabulario la palabra sustentabilidad. Pero el conjunto de la sociedad y los agentes que la usan aún no saben muy bien a qué se refiere este concepto. Lo grave y paradójico es que es el propio mundo de la cultura el escenario donde podemos discutir ideas y prácticas que apuntan a nuevas formas de vivir en medio del colapso socio-ambiental.
Esto implicaría poner en acción nuevos paradigmas que nos permitan salir del antropocentrismo, de la infinita acumulación capitalista, de la idea de un desarrollo sin límites, de la visión del progreso lineal como promesa de la modernidad.
Por todo esto, tenemos que empezar a profundizar la mirada ecológica entendiendo la imposibilidad de separarnos de la naturaleza, reconocer el valor intrínseco de la vida en todas sus formaciones, revertir el proceso de mercantilización que refuerza las desigualdades sociales y que carga sobre los mismos desposeídos las consecuencias de la crisis ambiental.
En ese camino, largo y sinuoso, las cosmovisiones ancestrales pueden ayudarnos a juntar lo que la civilización moderna ha escindido a través de dualismos antagónicos como cultura/naturaleza. Esto también involucraría a la cuestión económica, el dinero que mueve al mundo anteponiendo otros valores más sutiles, complejos y diversos al reinado del capital. En ese sentido, se proponen perspectivas de decrecimiento que promueven modelos económicos que respetan los límites ecológicos y priorizan el bienestar de las comunidades y los ecosistemas.
Ahí vamos, ¿pero qué dejamos?
Apenas unos días pasaron de la edición 25 del Cosquín Rock y los portales de noticias publican información grandilocuente sobre el impacto económico del evento que se desarrolla en Punilla.
“Cosquín Rock 2025: el preinforme revela un impacto económico de más de $49.000 millones” titulan y repiten los diarios, a partir de datos relevados por instituciones privadas como Universidad Siglo XXI o el Instituto de Cultura Contemporánea, este último ligado a la productora del empresario José Palazzo.
El balance económico es monstruoso en cifras millonarias, en movimiento de personas, en inversiones de grandes marcas, en alojamiento turístico, en recaudación fiscal.
El Cosquín Rock es sobre todo un gran negocio para algunos, una pequeña ayuda monetaria para otros, una experiencia de turismo cultural para miles de asistentes, un empujón para artistas en ascenso y una confirmación para los consagrados.
¿Y su impacto ambiental? Ahí vamos, diría Cerati, que nunca se subió al Festival.
Desde hace unos años la productora EnVivo viene hablando de la sustentabilidad del evento. En un alarde de originalidad hasta lo han denominado Ecosquín. La publicidad previa, durante y después de febrero, lo promociona como el evento más sustentable de América Latina. También dicen que es el más grande, pero ambas afirmaciones son falsas, muy falsas.
Parece muy loable que la organización siga medidas que reduzcan el impacto ambiental. Por supuesto, teniendo en cuenta que durante al menos las 20 ediciones anteriores ni se acordaron de esto. Recuerdo que en 2005 cuando el evento se trasladó a la Comuna de San Roque, hubo denuncias de desmonte masivo para darle espacio al predio que multiplicó su despliegue en hectáreas, escenarios, artistas y asistentes. Pero es difícil encontrar información sobre un hecho de estas características ya que por entonces las intervenciones ecocidas en Córdoba a pocos medios le interesaban y la opinión pública todavía no entendía la gravedad del proceso que se aceleró hasta las actuales condiciones donde el monte nativo cordobés bien conservado ocupa menos del 3% del territorio.
Y así siguió la historia, contaminando y facturando, con intoxicaciones masivas por agua no potable, con ríos atestados de plásticos y químicos, con baños colapsados, con la vida de estos pueblos alterada por los pasajeros festivaleros que venían de todas partes, dejaban dinero en las arcas de las empresas y algunas monedas en los comerciantes locales; sobretodo todo dejaban ruido y basura.
Entonces, hay que valorar que empezaron a preocuparse por el daño ambiental que conlleva un espectáculo masivo. Sí, pero ¿estamos ante una estrategia de marketing ampliamente cultivada por grandes marcas que utilizan la creciente sensibilidad de las personas, principalmente los jóvenes, por los temas ecológicos para darle más valor a sus productos? o ¿estamos frente a un comportamiento consciente y una estrategia comprometida que lo coloca a la vanguardia de los festivales musicales?
«Cuando se trata de grandes empresas, de grandes marcas, de capitales concentrados y de gobiernos irresponsables en el manejo del ambiente, la duda se vuelca para el lado del greenwashing»
Para teñirse de verde utilizan promesas vagas, datos irrelevantes, certificados poco fiables, engañando y ocultando la magnitud del problema sin contribuir en casi nada.
Para identificar estos movimientos deshonestos necesitamos una visión crítica, información detallada y transparente sobre acciones, no sólo palabras y posteos.
La primera señal de alerta proviene del socio que eligió la organización del Cosquín Rock para poner en marcha sus acciones sustentables, nada más y nada menos que Coca Cola, la principal contaminadora por plásticos en el mundo, generadora de campañas engañosas y que se ubica al frente del lobby contra las regulaciones ambientales.
La segunda alarma proviene del otro socio pesado de la pretendida sustentabilidad: el gobierno de la provincia de Córdoba. A pocos kilómetros del predio en Santa María donde se desarrolla el Festival, existe uno de los conflictos socio-ambientales más importantes en la historia de Córdoba: la Autovía de Punilla ejecutada según el Plan IIRSA, un megaproyecto continental de naturaleza extractivista que financia obras de infraestructura para afianzar la circulación de mercancías en América Latina.

El gobierno cordobesista ha presentado esta iniciativa como un avance en el desarrollo turístico de la zona, pero esconde la verdadera razón del proyecto, generar un corredor bioceánico para el transporte de materias primas.
A pesar de la resistencia de múltiples actores sociales, como organizaciones ambientales, pueblos originarios, vecinos autoconvocados, comunidad científica y agentes culturales, sigue avanzando en esta ruta que interviene zonas protegidas de bosque nativo, destruye santuarios ancestrales y provoca daños irreparables en las cuencas hídricas. Que ese mismo gobierno, que ha tratado con desprecio y criminalizado a activistas ambientales, sea parte de la pretendida campaña por la sustentabilidad del Cosquín Rock, al menos suena contradictorio.
Hasta aquí las dudas más que chequeables de lo que puede resultar de la alianza sustentable entre la productora de Palazzo, el ejecutivo cordobés y la marca de gaseosa.
Pero sigo investigando, busco datos que confirmen los resultados de estás publicitadas prácticas sostenibles. Una de los slogans repetidos en la página web, las redes y los medios acólitos es la realización de un estudio de triple impacto: económico, social y ambiental.
A cargo de medir estas variables está el ICC, que como ya dijimos pertenece a la empresa que organiza el CR. Ahí se pone rara la cosa. Más cuando busco por todas partes información detallada sobre el impacto ambiental, las emisiones de gases invernadero (GEI), la huella de carbono, y demás.
«Para teñirse de verde utilizan promesas vagas, datos irrelevantes, certificados poco fiables, engañando y ocultando la magnitud del problema sin contribuir en casi nada»
Hasta ahora, no hubo respuestas oficiales de la productora, ni del gobierno provincial, ni de la UES XXI, ni de IRAM que les entregó una certificación ISO 20121, un instrumento de apoyo para el cálculo de la huella y el desarrollo de eventos sostenibles. La única data que aparece para corroborar el supuesto impacto benéfico del Festival corresponde a 2024: “En materia de sostenibilidad, se recuperó más del 40% de los residuos generados durante el festival, una cifra récord para eventos de este tipo (sic).” (web oficial del CR).
En la página de prensa del gobierno provincial la foto de Palazzo junto a la ministra de Ambiente y Economía Circular, Victoria Flores, anuncia una serie de medidas que suenan por lo menos insuficientes o exageradas. La incorporación del CR al Registro de Eventos Sostenibles -vaya uno a saber por qué lo sería-, acciones para calcular la huella ambiental que nunca se han publicado, asesoramiento para reducir o compensar el impacto ocasionado .en este caso 500 árboles nativos para reforestar espacios dañados en el predio. y estaciones llamadas Ecosquín donde se realizaron “actividades de promoción ambiental, canje de residuos por ecomonedas, concientización sobre cambio climático, entre otras”.

Todo muy lindo, pero ¿alcanza con compensar? ¿Se puede escribir con tinta ecológica sobre un territorio degradado? ¿Puede concientizar sobre el desastre ambiental un gobierno que se ata al progreso económico como único destino atendible en sus políticas? ¿Cómo educan en temas ecológicos mientras persigue a quienes critican su accionar ecocida?
Lo que nos ocupa es esa abuela: la conciencia que regula el mundo
Ante la carencia de información detallada y transparente para conocer los impactos ambientales del CR y evaluar los resultados de las prácticas implementadas, calcularemos de forma estimativa la huella de carbono con instrumentos de medición y la IA DeepSeek, utilizando datos de la organización publicados en diversas fuentes periodísticas.
Una de las variables más importantes para estimar las emisiones de gases invernadero (GEI) es la movilidad del público, los artistas y la logística staff.
Según un informe difundido por la productora el evento atrajo a “una audiencia diversa, principalmente de Córdoba (43.6%) y Buenos Aires (40.5%), con un porcentaje menor proveniente de Santa Fe (7.2%) y otras provincias (8.7%). La modalidad de transporte utilizada fue el automóvil particular (76%), seguido por el bus/charter (14%), mientras que un 10% utilizó otros medios” (Diario Perfil).
Con estos parámetros, teniendo en cuenta que el mayor efecto sobre la huella de carbono proviene de las emisiones del transporte utilizado, podemos calcular, considerando un máximo de eficiencia en el uso de automóviles (76%) con 4 personas por vehículo; 40 personas por colectivo (14%); y asumimos que el resto (10%), camina o utiliza bicicletas con impacto cero.
De acuerdo a las distancias recorridas, solo en el viaje de ida, el 43% de los asistentes recorrió 40 km, el 40% unos 750 km y el resto de los asistentes 500 km, aproximadamente. Esto nos arroja una cifra de emisiones medidas en kg CO2 generadas por el transporte de automóviles: 1.192.121; y autobuses: 237.692; con un total estimado en 1.429.813. Si este es el resultado sólo para llegar hasta el valle de Punilla, con la vuelta incluida el total asciende a 2860 toneladas de CO2 emitidas solo por los asistentes al Festival. A esto deberíamos sumarle el traslado de artistas que generalmente se mueven en avión, la logística previa de camiones que transportan materiales e insumos, y al staff, cientos de personas en su mayoría jóvenes precarizados, que viajan en colectivo.
Las otras variables a considerar son: la energía en el consumo de electricidad por conexión a red o uso de generadores con combustibles fósiles; los residuos orgánicos que emiten metano por descomposición en vertederos; el consumo de agua potable para asistentes, sanitarios, catering, entre otros; la generación de residuos sólidos como plásticos y vidrios; sumado a la producción de alimentos que en su mayoría recorren muchos kilómetros y no son elaborados con técnicas orgánicas o agroecológicas.
«…Que ese mismo gobierno, que ha tratado con desprecio y criminalizado a activistas ambientales, sea parte de la pretendida campaña por la sustentabilidad del Cosquín Rock, al menos suena contradictorio»
Por último, habría que medir el impacto en el ecosistema local, de acuerdo a los daños en la vegetación, contaminación de suelos (derrames químicos), la alteración de la fauna por la contaminación acústica y los altos niveles de decibelios más los efectos lumínicos que se expanden por toda la zona circundante.
Siguiendo modelos que se utilizan para medir la huella de carbono en otros Festivales internacionales, el impacto ambiental total del CR, según fuentes medibles y emisiones en toneladas, arrojaría los siguientes resultados: Transporte: 2860; Energía: 96; Residuos: 45; Agua: 780, con un total de 3781 Toneladas de CO2.
Por supuesto, estos datos son estimativos, pero tal vez ayuden a comprender la magnitud del daño ambiental que genera un evento masivo de estas características, mientras esperamos que se publiquen datos oficiales.
Para compensar tamaño impacto sobre el ecosistema serrano se deberían reforestar 40 hectáreas con una densidad de 500 árboles por ha, es decir, un total de 20.000 árboles, priorizando especies nativas como algarrobos, quebrachos, talas y espinillos. Esto generaría una captura estimada en 250 toneladas de CO2 por año, lo que implicaría un proceso de recuperación de entre 15 y 20 años (referencia del Proyecto «Bosque Nativo» de la UNC y ONGs).
El costo aproximado de reforestar 40 ha, incluyendo plantines, mano de obra, mantenimiento y monitoreo, es de entre 160.000 y 200.000 USD. Este podría ser un plan a largo plazo, que se repita en cada edición, con una política destinada a compensar en parte el impacto ambiental del CR. Por ahora muy lejos de los 500 plantines que ofrece y publicita el Gobierno Provincial. Mientras que para la Organización, el costo económico no sería tan oneroso, ya que el Festival recaudó 50 millones de dólares, teniendo en cuenta sólo los gastos realizados por los asistentes. Además, los beneficios de una reforestación cuidada y sistemática permitirían recargar los acuíferos de una zona con estrés hídrico, recuperar parte de la biodiversidad perdida y generar empleo.
Sin embargo, más allá de la publicidad desplegada en medios y redes, el apoyo del Estado Provincial y Municipal, la sociedad con Universidades y la inversión de más de 30 marcas importantes, la tan mentada sustentabilidad del CR por ahora es sólo una estrategia para pintar de verde un negocio millonario de la industria cultural.
Los que hacemos cultura, los jóvenes que son la gran mayoría que acude y protagoniza estos eventos, las bandas, los gestores gubernamentales, podríamos pensar en otros modos de encontrarnos y realizar prácticas artísticas realmente sostenibles. Habitar la cultura, sin reproducir las lógicas mercantilistas y antropocéntricas, sino en modos comunitarios, como parte consciente de un ambiente integral, en escalas pequeñas, de bajo impacto, celebrando la diversidad y la abundancia, en redes de festivales que alternan espacios, rotan artistas, y respetan el arte como expresión vital.
Todavía tenemos mucho que aprender e inventar, pero los tiempos se van acortando, la urgencia que imponen las consecuencias ya presentes del deterioro ambiental requieren de imaginarios, compromisos y cuidados para todas las existencias que habitamos este planeta tan dañado.