África Ecuatorial. Década del ‘40
Desde el viejo continente, Alemania se cierne amenazadora sobre las salvajes colonias del territorio africano.
Un grupo de chimpancés juega allí haciendo piruetas sobre la copa de los árboles. Abajo, el macho de la manada camina en un claro de la selva hasta que súbitamente, huele inquieto el aire.
Una fugaz lluvia tropical oscurece el cielo. Se suceden disparos que manchan el suelo selvático con la sangre de los simios.
El pánico se apodera de los pequeños chimpancés que caen en las redes de los cazadores.
Océano Atlántico. Dos semanas después…
Un barco de pesada marcha abre las aguas y arranca del continente negro a los animales aterrados. Estos, aun, llevan consigo el espanto de la cacería. Solitarios quedan los cuerpos sus progenitores mutilados. Lejos y definitivamente sepultada, su antigua vida.
Ciudad de Nueva York
Los pequeños simios que sobreviven al viaje afrontan su destino final. Los contrabandistas los separan para venderlos a laboratorios que experimentan con ellos. Su inmunidad a las enfermedades tropicales y al cáncer es la maldición que llevan.
Algunos son ofertados en el mercado negro de animales salvajes. Allí, una familia rica adquiere uno como mascota, y otro penoso viaje lo traslada a la recóndita Sudamérica…
Es difícil establecer cómo llegó Silvio al zoológico de nuestra ciudad. “No conozco la historia, si bien algunos dicen que lo donó una familia que lo crió desde pequeño. Cuando creció, la situación se hizo insostenible porque era un animal muy grande y desobediente”, dice Juan López, el jaulero del Jardín Zoológico a cargo de cuidarlo durante sus últimos años de vida. “Padecía úlceras agravadas por la vejez; nosotros estimamos que tenía mas de cincuenta años, ya era viejito”, agrega. Silvio fue el emblema del zoo y, sin duda, una leyenda en Córdoba.
FIN DE SEMANA SALVAJE
Reconocido ya por sus travesuras, algunos años antes que el zoológico fuera privatizado, Silvio huyó de su jaula. Se escapó y caminó hasta la Terminal de Ómnibus. Cualquiera hubiese pagado para ver aquel espectáculo surrealista del simio atravesando avenidas frente al asombro de los que la transitaban.
Le gustaba el singular pasatiempo de desafiar a las autoridades de turno; así fue que, una vez privatizado, volvió a escapar. “Recuerdo que salimos en el camión para hacer compras. Cuando volvimos, el zoo estaba repleto de policías y bomberos que nos decían “¡Se escapó Silvio!” Junto a Coco, el otro chimpancé, anduvieron por el predio y entraron a un bar donde había niños de un Jardín de Infantes que, por seguridad, evacuaron. En el lugar las mesas quedaron servidas. Silvio y su compañero tomaron asiento y comieron los bocadillos y golosinas, además de hurtar las gaseosas que los niños habían dejado.” Una vez satisfecho su apetito siguieron su recorrido. “Silvio intentó saltar el alambrado del predio para salir a la calle pero los hombres arrojándole agua lograron impedir su huida. Si escapaba la policía tenía órdenes de dispararle. Lo mataban”, dice López con desazón. Visitó al elefante, pasó por la granja y fue hasta el corral de la cebra. En este lapso, mantuvo en vilo a todos: “Estuvo dos o tres horas suelto hasta que finalmente, los dos compadres, cansados de su aventura, regresaron a su jaula”.
EL REY
Silvio tenía un carácter muy particular: “A la gente que no quería le tiraba manzanas, naranjas y botellas con todas sus fuerzas, siempre algo conseguía y se los revoleaba por la cabeza. Salía al patio de la jaula y haciéndose el tonto subía hasta su plataforma, que estaba cerca del techo, y desde allí volaban objetos. Si no tenía nada a mano agarraba excrementos y, sin miramientos, hacia blanco en sus victimas ocasionales. A los veterinarios y a biólogo esa actitud los superaba”, dice el jaulero, poniendo un gesto de padre que censura las inconductas de su hijo.
Era un chimpancé recio, vanidoso. Su malhumor era característico y también sus monerías: “Cuando dijeron “Vas a encargarte de Silvio”, les dije “¡NO, Silvio no, ese loco no, déjenme con el elefante! –suelta una fuerte carcajada-. La verdad es que tenía un poco de miedo: al final, pienso que Silvio terminó apreciándome porque, a pesar de lo maldito que era, nunca me hizo nada, a mí –aclara- no me hizo nada”.
Cuando llevaron a Coco a la jaula se estudiaron un par de meses. Finalmente, el jefe indiscutido resultó Silvio. Comía primero él y cuando terminaba, les tocaba el turno a los demás. Pasaba la mayor parte del tiempo en su plataforma, Coco jamás subía. Ese era el lugar de quien mandaba. Él era la autoridad y lo tenían que respetar. Si era necesario, peleaba para mantener su lugar. A pesar de que era menor que Coco, tenía una contextura mas estilizada y musculosa: “Una vez lo agarró allá arriba, en su plataforma, y de una trompada lo bajó. Coquito se desplomó desde aquella altura y yo dije: “¡Uy!, acá lo mató”, porque cayó de espaldas y quedó en el piso. Silvio lo miraba tranquilamente sentado desde su lugar como diciendo “Este es mi sitio”.
LA LÁGRIMA DE COCO
“Él dormía allí abajo (el cuidador señala un pequeño habitáculo). Le dio un paro cardiaco y se murió dormido”. López interrumpe abruptamente su relato y dice: “Esas cosas hermano…” Un hilo de dolor atraviesa su recuerdo. “Como todas las mañanas iba hacia la jaula con dos botellas de leche, una para Silvio y la otra para Coco. Entré a la jaula y le di el alimento primero a Coquito y después lo llamé a Silvio – levanta la voz- ¡Silvio!, ¡Silvio!, pero no me respondía. Alumbré con un reflector y allí estaba, en la penumbra; lo toqué con un palo y no reaccionó, estaba sin vida, irónicamente la única vez que lo pude tocar fue cuando estaba muerto, cuando su piel ya estaba fría”.
Aquel fue un día muy triste para quienes estaban en contacto con Silvio. “De esta jornada recuerdo el rostro de Coco. Cuando sacamos a Silvio de la jaula, lo mandamos a Coquito al compartimiento posterior y, desde allí, miraba sin moverse. Lo contemplaba y me parecía increíble. Nunca vi a un chimpancé así; bueno, y yo para que te cuento”. López parece no poder despegarse de aquella circunstancia: “Ese día, cuando no reaccionó dije “Acá sonamos, está muerto…el pobrecito está muerto”.
VOTO POR SILVIO
Su popularidad superó las fronteras provinciales cuando, en los comicios electorales de noviembre de 1997, fue promovido como candidato a legislador por ciudadanos descontentos con el sistema. Silvio obtuvo entonces más de veinte mil votos y su foto recorrió todos los medios periodísticos del país. “El fotógrafo de una revista de Capital Federal estuvo un día entero frente a la jaula, estaba enamorado de Silvio”, comentan en el Zoo. Su fama lo convirtió en el abanderado de los disconformes, los que se demostraban impotentes frente a los políticos de nuestro país.
“Un día estaba de guardia y vi que su jaula estaba rodeada de gente; me acerqué atraído por las carcajadas de todos: Silvio estaba acostado boca arriba, como si estuviera en la playa, con sus patas cruzadas y los brazos extendidos fumando un cigarrillo que alguien había arrojado al piso”. “No creo que haya otro animal que la gente quiera y recuerde tanto como a él. Pasa el tiempo y siguen viniendo personas mayores que le cuentan a sus hijos: “Acá estaba Silvio”, y hablan de sus monerías. Es una leyenda, sin dudas”, y como para ratificar lo dicho por el cuidador, el mito crece con su muerte, ocurrida un 6 de julio, día de la fundación de esta ciudad.
De niños, nos preguntábamos adonde iban nuestras mascotas cuando, al morir, abandonaban esta tierra.
¿Existiría un cielo para ellas?
Pues si así fuera, nosotros exigimos el Edén para Silvio, imaginándolo colgado de la rama mas celestial y, desde allí, con su mirada recia e inflexible, arrojando pesadas manzanas en la cabeza de quienes se comportaron mal en esta vida.